lunes, 22 de octubre de 2007

Y de que es sostenible

Iñaki, aunque se sienta a siete pasos, y aunque escribimos en el mismo blog, discute conmigo sobre las ventajas de la Administración electrónica, en la sección de comentarios de Rafael Chamorro. Maravillas de la blogosfera. Al final, parece que se da cuenta del absurdo, porque me conmina a seguir el debate en Administraciones en red. Sea.

Ésta es la parte con la que discrepo de la postura de Iñaki : “no tengo ninguna duda de que, a medio y largo plazo, el despliegue masivo de la Administración digital va a suponer (…) una gran reducción de costes”. Rafael cita como ejemplos a la Agencia Tributaria y a la Seguridad Social que, por lo que dice, “han conseguido ahorrar millones de euros de gasto”. El caso es que yo mismo me hacía eco, en un post anterior, de cómo la Administración electrónica mejora la eficiencia .Y así lo creo, pero también mencioné el ahorro y eso ya no lo tengo claro. Es lo que pasa cuando uno escribe con prisa. Veamos si con un espíritu más slow food soy capaz de explicarme.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de ahorro? Podemos medirlo de varias maneras, pero yo siempre prefiero la cuenta de la vieja:
Sumemos toda la pasta (capítulos 1, 2 y 6) que invertimos en generar la Administración electrónica. Hablamos de hardware y software, de comunicación y formación, de horas de personas que desarrollan el proyecto y de horas de trabajo perdidas en la fase de adaptación, de cuantiosos contratos de consultoría y de cualquier otro gasto necesario para poner en marcha la Administración electrónica. ¿Cuánto es eso? Una pasta gansa.

Ahora calculemos cuánto gasta la Administración para su funcionamiento pre-electrónico. Nuevamente, sumemos todo. Pulsemos el botón de arranque de la Administración electrónica y veamos cuánto gastamos ahora. Imaginemos que gastamos menos, porque empleamos menos papel, menos desplazamientos, incluso menos funcionarios. ¿Cuánto gastamos ahora? ¿Cuántos años han de pasar para recuperar la inversión mediante ese ahorro?
Sospecho que nadie ha hecho esta cuenta. En primer lugar, porque es un cálculo imposible, pero también porque asusta hacerla. Pero si alguien se anima a intentar una estimación de estas cifras, creo que comprobará que, para cuando la inversión se recupere, ya habremos tenido que reinvertir varias veces la cantidad inicial. De hecho, sostengo que tampoco la incorporación de la ofimática ha supuesto un ahorro para las Administraciones.

Pero no merece la pena obsesionarse con el debate de si se ahorra o no. La Administración electrónica se está convirtiendo en una conquista irrenunciable en una sociedad que quiere ser sociedad del conocimiento. Como bien dice Iñaki: "Es como cuestionarse si la luz eléctrica supone ahorro o no. Simplemente no concebimos otra forma de funcionamiento".

Sin embargo, creo que hipotéticamente sería posible incluso que la Administración electrónica provocara un ahorro, si la estrategia fuera radicalmente diferente. Ya que las inversiones necesarias son enormes, deberíamos tratar de compartirlas.

Un ejemplo. El Centro de Auto-ID del MIT, que realizó una ambiciosa investigación interdisciplinar para conseguir etiquetas RFID hiperminiaturizadas cuyo coste de fabricación fuera inferior a un centavo, estuvo patrocinado por, entre otras empresas, Procter&Gamble, UPS, el Sistema Postal estadounidense, Gillette, Johnson&Johnson e Internacional Paper. Es aleccionador observar cómo empresas, algunas de las cuales son mayores que el conjunto de las Administraciones españolas y que compiten, en parte, en los mismos mercados, prefieren cooperar y compartir gastos. Saben que es la mejor y quizá la única manera de conseguir un adelanto tecnológico que les lleve a reducir costes en su sistema de aprovisionamiento.

Hagamos otra cuenta de la vieja. Con el método anterior, calculemos primero la inversión que necesita hacer el Ayuntamiento de Bilbao y dividamos entre el número de habitantes. Después, hagamos lo mismo con la Diputación de Bizkaia. Después, con el Gobierno Vasco. A continuación, con la Administración Central. Por fin, con la Administración europea. Sumemos todas las cifras y tendremos la inversión per capita de cada bilbaíno para alcanzar la Administración electrónica. En mi casa, multipliquemos por cuatro.

¿No intuís que nos toca a una pasta por familia? Ahora, contadme cómo y cuándo voy a recuperar el dinero. ¿Jamás? Bueno, entonces decidme en qué va a mejorar mi vida. Espero que sea en algo más que en poder tramitar por Internet, porque lo cierto es que prácticamente nunca tramito con la Administración y ni siquiera sé si me va a convenir el canal telemático. Y eso a mí, que llevo una vida blended, porque si pienso en mi madre…

Por lo tanto, se imponen dos conclusiones. La primera, que la única forma de construir la Administración electrónica a un coste razonable o, incluso, recuperable, consiste en construirla una sola vez, a escala europea y que sirva para todos los niveles de la Administración. La segunda, que necesitamos pensar muy bien cómo vamos a añadir valor real a la ciudadanía. Gerri Elliot afirmaba, quizá demagógicamente, que Australia ha logrado un ahorro anual de mil millones de dólares que le ha permitido destinar esos recursos económicos a la educación y la sanidad. Seguro que eso sí lo apreciaríamos.

Como es obvio para quien léeis este blog, me considero un defensor de la Administración electrónica, porque creo en su potencia para transformarse en la Administración en red, en la Administración relacional, en la Administración 2.0, en la Administración emergente, en como queráis llamar a ese modelo que intuímos y hacia el que queremos caminar con la participación de todos.
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